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Había una vez, en un mundo agitado y acelerado, una palabra que resonaba en los corazones de las personas: Bienestar. El bienestar era un concepto que abarcaba una amplia gama de aspectos relacionados con la felicidad, la salud y la satisfacción general en la vida. Representaba un equilibrio armonioso entre el cuerpo, la mente y el espíritu.
Sin embargo, en los últimos tiempos, el bienestar había sido desafiado y descuidado en muchas esferas de la vida. Las demandas de la sociedad moderna, la presión constante, la tecnología invasiva y la incertidumbre del mundo habían afectado profundamente el equilibrio que alguna vez existió.
En un mundo interconectado por las redes sociales y las pantallas brillantes, las personas habían perdido el contacto con su propio ser interior. La búsqueda de la aprobación externa, la necesidad de pertenecer y sentirse aceptado, y la comparación constante con los demás, habían creado una brecha entre la autenticidad y la identidad personal. El bienestar emocional se había visto comprometido por la ansiedad, el estrés y la depresión, que parecían prevalecer como sombras acechantes.
El ritmo frenético de la vida moderna también había afectado el bienestar físico. Las personas se encontraban atrapadas en un ciclo interminable de trabajo sedentario, dietas poco saludables y falta de ejercicio. El cuerpo, una vez un templo sagrado, se veía agotado y desgastado, sin la atención y el cuidado adecuados. Y pedía ayuda a gritos, en forma de síntomas y signos de enfermedad física, a veces llamados “hipertensión”, “gastritis”, “dolor”, “diabetes” y otra larga lista de seudónimos.
El bienestar espiritual también había sido relegado a un segundo plano. La búsqueda de significado y propósito se había perdido en la maraña de las responsabilidades diarias. Las conexiones profundas y trascendentes con uno mismo y con los demás se habían vuelto escasas, reemplazadas por una interacción superficial y una desconexión emocional. Incluso estando sentados a la misma mesa, había más conexión vía mensajes de texto que hablando cara a cara.
Pero en medio de esta desafiante realidad, algunos individuos comenzaron a despertar. Un movimiento silencioso pero poderoso se gestó, llevando la voz de la conciencia y la autenticidad a las redes sociales y más allá. Las personas comenzaron a darse cuenta de que el bienestar no era un lujo, sino una necesidad vital para vivir una vida plena y significativa.
Se alzaron voces valientes que recordaron a otros la importancia de cuidar de sí mismos, de encontrar el equilibrio entre el trabajo y el descanso, de nutrir el cuerpo y la mente con hábitos saludables. Se enfatizó la necesidad de desconectarse de las distracciones digitales y reconectarse con la naturaleza y con uno mismo.
La comunidad se unió para apoyarse mutuamente, compartiendo historias de superación, consejos prácticos y recursos para fomentar el bienestar en todas sus dimensiones. Se crearon espacios seguros y empáticos en las redes sociales, donde las personas podían expresar sus miedos, vulnerabilidades y triunfos, encontrando apoyo y comprensión en lugar de juicio.
A medida que el movimiento crecía, el bienestar comenzó a recuperar su lugar central en la vida de las personas. Se tomaron pequeños pasos, pero significativos, para equilibrar el trabajo y el descanso, para priorizar la salud física y emocional, y para reconectar con la esencia más profunda de cada individuo.
Aunque el camino hacia el bienestar total seguía siendo un desafío, cada día más personas se sumaban a la búsqueda de una vida más plena y satisfactoria. El bienestar se convirtió en un recordatorio constante de que, a pesar de los desafíos y obstáculos del mundo moderno, cada persona tenía el poder de transformar su propia vida y encontrar la paz interior.
Bonita historia, ¿Cierto?
Pero en nuestra realidad ¿qué tanto de ese camino hemos transitado? ¿qué tan central es el bienestar en TU vida? ¿qué tan organizada eres como para decir que cuentas con el tiempo de comer saludable, hacer ejercicios, cumplir con tus responsabilidades familiares y laborales, pasar tiempo en línea y además ocuparte de tu salud física, mental y espiritual?
La verdad, yo a veces lo logro, pero otras muchas no. Y me entra una sensación como de culpa, cuando dejo para después algo importante por dedicarme un tiempo para mí haciendo algo que me gusta, pero que se percibe como “poco trascendente”. Y por lo general, son el ejercicio, el sueño y la recreación, los más sacrificados.
Escucho en mi cabeza una vocecita que dice “primero la obligación (trabajo, familia) y después la diversión”. Y la verdad es que esas obligaciones con trabajo y familia no descansan nunca, cuando se termina una cosa aparece otra (como platos sucios en el fregadero de la cocina) y la lista de pendientes se vuelve casi que interminable.
Y al final de la semana, aun con cosas que ya “quedarán para el lunes”, hay quehaceres pendientes, y tanto cansancio, que ser un vago en el sofá viendo Netflix y ordenando comida a domicilio, parece la alternativa más atractiva.
Lo cierto es que la palabra clave en todo esto es EQUILIBRIO, encontrar felicidad en las pequeñas cosas aun dentro del caos de la vida moderna, darnos pequeños espacios de distracción y esparcimiento en nuestra rutina, para fomentar el bienestar.
La intención es que esa historia del principio continúe con la promesa de un futuro en el que el bienestar sea más que una palabra, sea una realidad que nos abrace e inspire a vivir en armonía con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea.
Y para ello tenemos algunas tareas que cumplir, empezando por establecer prioridades y poner límites. Desarrollar disciplina para hacer lo que tenemos que hacer, cuando tenemos que hacerlo, tengamos o no ganas de hacerlo. Y lograr hacer incluso lo que no nos gusta como si lo amáramos.
Nuestra salud mental exige hacer un alto en los “deberes”, en el exceso de pensamiento, en la tendencia a plantearnos miles de escenarios mentales que en su mayoría no van a ocurrir.
Es posible lograrlo, pero necesitamos...
Incorporar en nuestras vidas algunas rutinas, horarios y prácticas que nos permitan soltar el exceso de estrés y ansiedad.
Aprender a decir que no, sin culpas ni explicaciones.
Dejar de lado los juicios, opiniones y el “qué dirán”, y darle peso a lo que nos da calma y felicidad, por pequeño que parezca.
Aprender a poner nuestras necesidades por encima de todos los demás.
Cumplir primero con nosotros, para poder estar al servicio del resto del mundo.
Conectarnos con el aquí y el ahora, enfocándonos en los sentidos y experiencias en el presente, para lograr calma, claridad mental e incrementar la sensación de bienestar.
Apagar esas voces interiores con una respiración profunda, y cambiarle el canal a todos esos escenarios angustiantes que nos invaden, dando paso a pensamientos más centrados y felices.
Establecer rutinas saludables que incluyan una alimentación equilibrada, ejercicio regular, horas adecuadas de sueño y tiempo para actividades que nos brinden placer y relajación.
Cultivar relaciones sociales realmente significativas y alejarnos de todo aquello que nos reste, en vez de sumar.
Dedicar tiempo al bienestar físico, emocional y mental; incorporando aquello que nos da placer, desde tomar un baño relajante, hasta leer, practicar un hobbie, o disfrutar de la naturaleza.
Aprender a escucharnos a nosotros mismos y darnos permiso para cuidarnos y nutrirnos.
Y si con todo eso, el bienestar continúa afectado, entonces puede ser momento de buscar el apoyo de un profesional de la psicología, que nos ayude a explorar y abordar los desafíos particulares, y diseñar estrategias que mejoren el bienestar emocional y mental.
La salud mental no es cosa de juego, ni de tomárselo a la ligera o restarle importancia.
Cada persona es única y lo que funciona para una puede no funcionar para otra. Por ello, te invito a explorar diferentes técnicas y herramientas, y encontrar aquellas que mejor se adapten a tus necesidades y preferencias.
El camino hacia el bienestar es personal y requiere tiempo, paciencia y autocompasión. Cuídate, incluso de cómo te tratas a ti misma.